INTRODUCCIÓN
Desde que el ser humano pasó de recolector a agricultor, la modificación del medio ambiente para la producción de alimentos ha sido una constante. Este proceso alcanzó un punto crítico en los años 60 con la Revolución Verde, que permitió un incremento masivo en la producción agrícola a través del uso intensivo de agroquímicos y técnicas mecanizadas. Sin embargo, este avance tuvo un costo ambiental significativo, incluyendo la degradación de suelos, la pérdida de biodiversidad y el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Uno de los aspectos más críticos de la degradación ambiental es la erosión del suelo. Estudios estiman que aproximadamente 75 mil millones de toneladas de suelo se pierden anualmente en el mundo debido a la erosión, lo que equivale a una pérdida de 1% de la capa arable global cada año (Pimentel et al., 1995). Esta pérdida no solo reduce la productividad agrícola, sino que también tiene graves implicaciones para la seguridad alimentaria, ya que se necesitan entre 200 y 1,000 años para formar 2.5 cm de suelo arable bajo condiciones naturales. Adicionalmente, la erosión contribuye a la contaminación del agua, al transportar sedimentos cargados de agroquímicos hacia ríos y embalses.
La agricultura contribuye aproximadamente al 23% de las emisiones globales de GEI, según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, 2019), incluyendo CO₂, CH₄ y N₂O, derivadas principalmente de la deforestación, el uso de fertilizantes y la fermentación entérica en el ganado. A este desafío se suma la presión sobre los sistemas alimentarios para alimentar a una población global que se espera alcance los 9.7 mil millones de personas en 2050, de acuerdo con estimaciones de la FAO (2017).
Sistemas como la producción integrada y la agricultura ecológica surgieron como respuestas iniciales, buscando equilibrar la productividad agrícola con la conservación ambiental y la salud humana. Estos sistemas están regulados bajo estándares como el Reglamento Europeo 2018/848, que establece criterios rigurosos para la producción y etiquetado de productos ecológicos.
La agricultura regenerativa, basada en enfoques más integrales, propone soluciones avanzadas que incluyen el secuestro de carbono, la regeneración de suelos y la optimización en la gestión del agua. Según el IPCC (2019), los suelos agrícolas bien gestionados tienen el potencial de capturar entre 0.4 y 0.9 gigatoneladas de CO₂ al año, mientras que la FAO (2017) destaca que prácticas como los cultivos de cobertura y la rotación de cultivos pueden mejorar la fertilidad del suelo y aumentar la resiliencia frente al cambio climático.
Datos recientes muestran que las plantas son responsables de captar más del 25% del CO₂ emitido por actividades humanas, y los suelos agrícolas bien manejados pueden retener una gran parte de esta biomasa fijada (IPCC, 2019). Implementar prácticas regenerativas puede aumentar el secuestro de carbono hasta 5 toneladas de CO₂ por hectárea al año, contribuyendo significativamente a mitigar el cambio climático. Además, estas prácticas tienen un impacto directo en la reducción de la erosión, mejorando la estructura del suelo y su capacidad de retención hídrica.
La certificación de Agricultura Regenerativa asegura que los agricultores no solo cumplen con estándares sostenibles, sino que también contribuyen activamente a mitigar el cambio climático. Esto otorga a los consumidores la oportunidad de influir positivamente con sus elecciones de compra, apoyando sistemas agrícolas que combaten el calentamiento global.
Desafortunadamente, la continua emisión masiva de GEI por parte de actividades humanas ha intensificado los efectos del cambio climático, como el incremento de la temperatura global y fenómenos meteorológicos extremos. Adoptar y promover la agricultura regenerativa, regulada bajo estándares internacionales, representa un paso crucial para revertir esta tendencia y construir un futuro más sostenible para las próximas generaciones.
¿QUÉ ES LA AGRICULTURA REGENERATIVA?

La agricultura regenerativa es una poderosa herramienta en la lucha contra el cambio climático. Su misión principal es transformar los sistemas agrícolas para que no solo produzcan alimentos, fibras y otros recursos, sino que también restauren y fortalezcan los ecosistemas mientras secuestran carbono atmosférico y reducen las emisiones de gases de efecto invernadero. Este enfoque va más allá de limitar los daños: busca regenerar los recursos naturales y devolverle al planeta su capacidad de sostener la vida.
A través de prácticas que priorizan la salud del suelo, fomentan la biodiversidad y optimizan el ciclo de nutrientes, la agricultura regenerativa trabaja para construir resiliencia frente a los desafíos climáticos, al tiempo que beneficia a las comunidades y la economía local. Es una solución integral que aborda no solo los síntomas del cambio climático, sino sus causas estructurales.
Alcance y Estructura
El alcance y la estructura de la certificación en Agricultura Regenerativa se definen para promover un modelo agrario integral que atienda las necesidades culturales y técnicas de los agricultores, ganaderos e industrias agroalimentarias, brindando una norma inclusiva aplicable a explotaciones de cualquier tamaño y característica. Este enfoque prioriza la regeneración ambiental, de recursos y la viabilidad económica de los productores.
Esta certificación abarca los requisitos necesarios para las operaciones agrícolas, ganaderas, de transporte, las instalaciones de procesamiento y venta del producto final.

METAS
- Reducir las emisiones de la actividad agraria y ganadera: Implementar prácticas que disminuyan la generación de gases de efecto invernadero y otros contaminantes asociados con la agricultura y la ganadería.
- Frenar la contaminación derivada de la actividad agrícola y ganadera: La actividad agrícola debe tener un impacto positivo en el entorno, destacando la importancia de este punto para garantizar la regeneración ambiental y la protección de los recursos naturales esenciales.
- Mejorar la renta de los agricultores: Reducir el impacto económico causado por el incremento de los precios de los inputs agrarios, garantizando modelos productivos más rentables que promuevan el relevo generacional.
- Secuestrar carbono: Usar el suelo agrario para mitigar el cambio climático mediante el almacenamiento de carbono.
- Aumentar la fertilidad del suelo: Garantizar su sostenibilidad y la capacidad de alimentar a la población global.
- Mejorar la resiliencia de los agroecosistemas: Implementar estrategias que refuercen la capacidad de los sistemas agrícolas para adaptarse y recuperarse frente a condiciones adversas.
- Mejorar la eficiencia en la gestión de las explotaciones: Optimizar los recursos y procesos para aumentar la rentabilidad.
- Prevenir la erosión de los terrenos agrícolas: Diseñar e implementar prácticas para detener y revertir los procesos erosivos que afectan la productividad y sostenibilidad del suelo.
- Aplicar la economía circular: Integrar elementos reciclados o reutilizados dentro del sistema productivo.
- Aumentar la eficiencia en el uso del agua: Promover el uso racional del agua como un recurso escaso y esencial para el planeta.
- Fomentar la biodiversidad: Promover ecosistemas más resilientes y sostenibles.
- Fomentar el uso de explotaciones mixtas: Reintegrar la ganadería y la agricultura en un modelo de gestión combinado que maximice los beneficios mutuos entre ambos sectores.